lunes, 21 de mayo de 2012

¿Debe permanecer la Argentina en el G-20?



The Miami Herald
Jorge Heine

Los actos tienen consecuencias. Después de volver a nacionalizar una parte de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), Argentina está sintiendo la presión. Pero las ideas también tienen sus consecuencias. Después de que el Washington Post, The Economist y The Wall Street Journal pusieron sobre el tapete una propuesta para suspender a Argentina en el G-20, dicha propuesta retomó fuerza.
El 11 de mayo el senador Richard Lugar, republicano por Indiana, presentó una resolución que expresa el sentir del Congreso de que la pertenencia de Argentina en el G-20 debería estar condicionada a su  “cumplimiento de las normas internacionales sobre relaciones económicas y su compromiso con el estado de derecho”.
Ahora que el G-20, el “comité directivo de la economía mundial” se prepara para su próxima cumbre que tendrá lugar en Los Cabos, México, los días 18 y 19 de junio, es el peor momento para que ocurra esto.
En lugar de centrarse, como debería, sobre la crisis profunda de la zona del euro y en la forma de impulsar un mayor crecimiento de la economía mundial, ahora el G-20 está distraído por este espectáculo.
El hecho de que se trata de la primera vez que el G-20 se reúne en América Latina —ocasión que podría haber sido propicia para la presentación de propuestas concretas desde esta región en materia de gobierno global— hace que esto sea realmente desafortunado.
Tras el fiasco de la Cumbre de Cartagena a causa del escándalo generado por el servicio secreto el mes pasado, lo que menos necesita la región es otra debacle diplomática.
Lugar tiene razón, ya que Argentina ha sido un tanto displicente en el manejo de sus obligaciones internacionales.
La Resolución 457 presentada por Lugar cita no sólo la nacionalización de YPF, sino también la evasión de las sentencias de los tribunales de EE.UU. Asimismo, cita en particular la indiferencia con respecto a las demandas presentadas ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), dirigida por el Banco Mundial, y el hecho de no someterse a una revisión por parte del FMI.
Gran parte de todo esto se debe a las secuelas del default de Argentina en 2001, que llevó al país al borde del desastre.
Más de 10 años más tarde, ¿por qué Argentina se niega a someterse a los mandatos de las instituciones financieras internacionales?
Esta pregunta tiene fácil respuesta.
Muchos podrían argumentar que el motivo por el cual Argentina entró en la mayor cesación de pagos de la historia —por un monto que asciende hasta $100.000 millones, causando enormes trastornos  económicos, sociales y políticos—  no fue porque no pudo aplicar los consejos del Banco Mundial y el FMI, sino porque los aplicó.
En la década de los 90, durante la presidencia de Carlos Menem y el ministro Domingo Cavallo, Argentina era la preferida de Washington y de la comunidad financiera internacional, y no podía obrar mal.
Sin embargo, cuando la música se detuvo, todos ellos miraron hacia otro lado, rechazando cualquier tipo de paquete de rescate, y dejando a Argentina dando vueltas poco a poco en medio del viento.
Durante la última década, Argentina negoció con sus acreedores muy tenazmente (los tenedores de bonos tuvieron que aceptar un recorte del 70%), limpió parte (aunque no la totalidad) de los escombros dejados atrás, y aplicó un amplio programa para reactivar la economía.
El enfoque es poco ortodoxo e incluso insostenible a largo plazo, pero no le ha ido tan mal, ya que en algunos años ha registrado un crecimiento que asciende a entre 8 y 9 por ciento.
Como cabría esperar, el país se ha mantenido apartado de las recomendaciones señaladas por los organismos financieros internacionales.
La verdadera razón por la cual Argentina fue invitada a unirse al G-20 (que en ese entonces era a nivel de Ministros de Finanzas) a finales de los 90 fue porque era un país deudor y un “país problemático”.
Sacar a relucir el tema de la adhesión al G-20 es abrir una caja de Pandora.
La propuesta de The Washington Post  de reemplazar a Argentina con Chile es un espejismo.
Lo que menos necesita Chile es ingresar a uno de estos grupos por la puerta trasera.
Después de algunos arrebatos estridentes al inicio, España, cuya compañía Repsol era el principal propietario de YPF, adopta ahora una postura más cautelosa, en busca de una solución de compromiso.
Se vería un poco raro si el Congreso de los EE.UU. toma una actitud “más papista que el papa” con respecto a Argentina en este asunto y, al hacerlo, ensombrecer la primera reunión del G-20 que se celebra en América Latina.

Jorge Heine es catedrático CIGI en Gobernanza Global en la Escuela Balsillie de Asuntos Internacionales, de la Universidad Wilfrid Laurier en Waterloo, Ontario. Es coautor, junto con Andrew Cooper, de Which Way Latin America? Hemispheric Politics Meets Globalization.

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