jueves, 2 de julio de 2015

"EEUU y Brasil: siete equívocos sobre el mito de la política externa independiente"


A propósito de la visita de Dilma Rousseff a Washington esta semana (donde no sólo se reunió con Obama, sino también con Henry Kissinger, impulsor de las dictaduras latinoamericanas en los setenta), vale la pena leer este análisis crítico de la política exterior brasilera y de la relación (subordinada) con Estados Unidos. Desmiente muchos supuestos generalmente extendidos en la opinión pública e incluso entre especialistas:


Por Plinio de Arruda Sampaio Jr. (Voces en el Fénix 44)
Profesor del Instituto de Economía de la Universidad Estatal de Campinas, IE/UNICAMP. Miembro del Consejo Editorial del Correo de la Ciudadanía - www.correiocidania.com.br

Hoy en día existe la creencia de que Brasil es una economía emergente, con la capacidad de convertirse en una potencia intermedia. Sin embargo, esta creencia esconde el rol que cumple el gigante del sur como garante de los intereses de Estados Unidos. A continuación, mitos y verdades sobre una relación que afecta a toda la región.

El principio general que guía la política estadounidense se fijó en la segunda década del siglo XIX por la Doctrina Monroe, según la cual el continente se ve como una zona privilegiada de influencia y seguridad. La especificidad del momento histórico está dada por el imperio de la lógica que rige las acciones de los Estados Unidos en el mercado mundial, cuya esencia es la de conducir la creciente integración del sistema capitalista mundial, bajo la dirección de los intereses estratégicos de su bloque de gran capital, que incluye la mitad de todas las empresas multinacionales.
Mediante la fusión de la estabilidad económica del orden global y la defensa de los valores democráticos de la civilización occidental y sus intereses nacionales, el Estado norteamericano tomó sobre sí el papel de garante en última instancia de la propiedad privada en una escala global. Como resultado, su soberanía expandida corresponde a la reducción de la soberanía de todos los otros países del mundo. En el plano de los negocios, las pretensiones imperiales se materializan en la presión por la creciente liberalización del orden económico internacional. En el ámbito de la geopolítica, la fuerza del imperio estadounidense se materializa en su cristalización como gendarme del orden global.
En América latina se siente la violencia de los nuevos tiempos en forma de una creciente presión para que se firmen pactos espurios que impulsan la liberalización de la economía y la integración orgánica de los países de la región en el sistema de seguridad de Estados Unidos. Después del ataque del 11 de septiembre de 2001 y el estancamiento en las negociaciones, la atención de Washington pasó a otros continentes. Centrado en la guerra preventiva contra el terrorismo y en la negociación de acuerdos de libre comercio con los países de Asia y Europa, Washington ha relegado a América latina a una posición aún más baja. Sin un proyecto definido para el Hemisferio Sur, los Estados Unidos se limitaron a conducir algunos acuerdos de libre comercio bilateral y centrar la atención en la lucha contrainsurgente.
No obstante la asimetría brutal en el poder económico y militar, circunstancias muy particulares permitieron que un Estado vasallo, en avanzado proceso de reversión neocolonial, apareciera ante el mundo como una potencia emergente capaz de interferir en el curso del planeta. El mito de que Brasil se ha calificado como un “actor” con voz propia en la escena internacional se basa en siete principios fundamentales:
1º. Al subordinar las relaciones exteriores a la defensa de los intereses nacionales, Brasil habría roto con la tradición histórica de alineamiento automático con Washington.
2º. El cambio en la política externa sería la consecuencia de una ruptura en la política interna. El abandono de la ortodoxia neoliberal habría abierto el camino para las políticas neodesarrollistas. Combinando el crecimiento y la equidad, Brasil habría puesto la solución de sus problemas históricos en un primer plano.
3º. La nueva situación de Brasil lo habría llevado a una condición económica emergente y convertido en una potencia intermedia en el ámbito internacional. La creación del Foro de los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– habría madurado una nueva correlación de fuerzas que abrirían espacios de cambios sustantivos en el orden económico mundial. El hecho de que los BRICS hayan salido relativamente indemnes de los primeros movimientos de la crisis económica mundial, y que juntos posean un 40% de la población mundial, el 20% de la economía mundial y la mitad de las reservas internacionales, fortalece la percepción de que existen condiciones favorables para una nueva dinámica en las negociaciones internacionales.
4º. El activismo diplomático brasileño refleja el nuevo estatus del país como actor global. La participación en las negociaciones alrededor de la contención del programa nuclear de Irán puso a Brasil en el centro de la diplomacia mundial. El envío de “tropas pacificadoras” a Haití sería la prueba concreta del compromiso de Brasil con las intervenciones humanitarias para ayudar a la reconstrucción de Estados fallidos. La intensa actuación en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio y la participación en el G-20, creado para discutir soluciones a la crisis económica, refuerzan la evaluación de que Brasil habría pasado a la primera división de la diplomacia mundial.
5º. En un esfuerzo por consolidar su poder, Brasil se ha convertido en un líder regional. Preocupado en neutralizar la ofensiva comercial de Estados Unidos en la región, Brasilia habría creado previamente condiciones económicas y militares para la unidad sudamericana. La consolidación y expansión del Mercosur, la creación de la Unión de las Naciones Suramericanas (Unasur) y la formación del Consejo de Defensa Suramericano (CDS) serían los resultados objetivos del liderazgo de Brasil, y de su nueva posición de la región en relación con el gigante norteamericano. La posibilidad de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU sería una consecuencia natural de la nueva situación en Brasil.
6º. El surgimiento de Brasil como una potencia intermedia en la escena internacional habría permitido superar su dependencia económica y diplomática extrema con los Estados Unidos. La diversificación de productos de exportación, la generación de megasuperávits comerciales y el aumento significativo de las reservas internacionales serían términos inequívocos de que Brasil se dirigía a la primera división de la economía mundial. La aparente independencia de su diplomacia en las negociaciones del tratado de intercambio de combustible nuclear entre Turquía e Irán, en la defensa del depuesto presidente de Honduras Manuel Zelaya, en una conspiración tramada en la Embajada de Estados Unidos, así como en la mediación del conflicto entre Colombia y Venezuela, reforzó la impresión de que Brasil estaba actuando de forma independiente de Washington.
7º. Por último, el anuncio por parte del gobierno de Bush de que los acuerdos entre los Estados Unidos y Brasil habían sido elevados a la condición de “diálogo estratégico”, la misma categoría que Rusia, China e India, parecía corroborar la tesis de que la relación entre los dos países más grandes de las Américas ha alcanzado un estado de madurez en el cual ambas partes se reconocen y respetan los intereses nacionales uno del otro, incluso cuando finalmente divergen. La declaración de la secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice sintetizaría la nueva situación del país en el ámbito internacional: “Los Estados Unidos encaran a Brasil como un líder regional y un socio global”.
Detenerse en la superficie de los fenómenos y absorber de forma acrítica el discurso oficial, la imagen de un Brasil potencia, libre del control de Washington, en realidad, constituye una inversión de la realidad. Son siete los equívocos que alimentan el mito de la independencia de la diplomacia brasileña:
1º. Aunque la llegada de Lula al poder represente un cambio en la forma de alineación automática y la actitud desmoralizadora de Fernando Henrique Cardoso, cuya subalternidad quedó expuesta en la implementación del Sistema de Vigilancia Amazónica –SIVAM–, los parámetros que guían la relación entre Brasil y los Estados Unidos permanecen cubiertos por la doctrina de la “alianza informal” consagrada por el Barón de Río Branco a principios del siglo XX, cuya esencia presupone la supremacía absoluta de los imperativos de Washington. No obstante la matriz autonomista de su diplomacia, Brasil en ningún momento cuestionó el papel imperial de Estados Unidos en el continente o su derecho a intervenir en los llamados Estados fallidos. En términos doctrinales, la diferencia básica entre “alianza informal” del Barón de Río Branco y la “pacería estratégica” de la diplomacia de Lula es equivalente a la que existe entre la cooperación explícita y entusiasta del primero, que se basa en principios liberales, y la cooperación disimulada y resentida del segundo, fundado en el oportunismo pragmático.
2º. El gobierno de Lula no ha roto con los parámetros fundamentales del neoliberalismo. El compromiso de convertir en razón de Estado los intereses estratégicos de los grandes capitales, sellado en la Carta notoria a los brasileños en 2002, es la clave para entender la subordinación de la diplomacia brasileña a los imperativos de orden global y por lo tanto la relación subalterna con los Estados Unidos. Enmarcado en los parámetros del multilateralismo, Lula y Dilma se han convertido en verdaderos paladines del liberalismo y la democracia occidental. Las reformas de los organismos internacionales promocionadas por el Ministerio de Relaciones Exteriores se reducen en última instancia a mantener la fidelidad de los países ricos a los principios del neoliberalismo y de la representación basada en el poder económico. La actuación de Brasil como mediador de conflictos en el escenario internacional se limita a la función principal de mejorar la legitimidad y la estabilidad del orden mundial, evitando la aparición de coaliciones antisistémicas, recortando los conflictos regionales y actuando directamente como brazo armado en el combate a los focos reales y potenciales de la insurgencia. Asumiendo el papel de “intermediario” en las negociaciones entre los intereses de los países desarrollados y “en desarrollo”, y de “pacificador” de conflictos entre los países ricos y pobres y de “represor” en regiones turbulentas e inestables, Brasil cumple el triste papel de agente encubierto del orden inextricablemente comprometido con la reproducción del imperialismo mundial.
3º. El sentido común que indica que Brasil se destaca como una potencia emergente con un gran potencial para influir en los rumbos del mundo en los próximos años ignora los cambios tectónicos que afectan a la reorganización del sistema capitalista mundial y sus reflejos nefastos en la economía brasileña. El bloque de los BRICS es un bloque de papel, sin capacidad práctica para influir en el curso del proceso de reorganización del orden económico mundial –integración profunda– impulsado por los Estados Unidos sobre una base bilateral, en el marco de la OMC, que tiene como una de sus metas exactamente la marginación de los BRICS de las corrientes más dinámicas del comercio mundial. La sobreestimación de la capacidad de negociación internacional de Brasil simplemente ignora que el ciclo de crecimiento que ahora llega a su fin, estuvo acompañado por un proceso de regresión de las fuerzas productivas, cuyo síntoma más evidente es la desindustrialización. También ignora que la mayor presencia de Brasil en el mercado mundial ha fortalecido la posición del país como un mero proveedor de commodities, materias primas minerales y agrícolas, de muy bajo contenido tecnológico en la división internacional del trabajo.
4º. La idea de que Brasil se afirma como un actor importante en la escena internacional, en contraste con el papel de Brasil como un mero peón del imperialismo norteamericano. Cuando le conviene a Estados Unidos, las acciones brasileñas son avaladas y alabadas; cuando no conviene, simplemente ignoradas y reprendidas públicamente. Este es el caso de Haití, donde la presencia “pacificadora” de los militares brasileños para reprimir las protestas sociales y disciplinar a los pobres con la ley del terror marcial es alabada y bienvenida, ya que protege a los gobiernos ilegítimos, corruptos y violentos, inventados y apoyados por los Estados Unidos. El activismo de Brasil en el clímax de la crisis económica mundial obedece a la misma lógica. Llamado a cumplir con sus nuevas responsabilidades globales, Brasil, que tanto sufrió en las manos de los programas de ajuste económico, contribuye sin pestañear con 10 mil millones de dólares para reforzar la caja del FMI. Como recompensa, “se insertó”, en palabras de Lula, en el G-20, organizado para debatir alternativas a la crisis económica mundial.
Por otro lado, cada vez que Brasil superó el mandato más o menos explícito de Washington, sus iniciativas fueron anuladas explícitamente y el Ministerio de Relaciones Exteriores era abiertamente desautorizado y reprendido. Esto se aplica al intercambio de combustible nuclear entre Irán y Turquía, inmediatamente rechazado y repudiado por los Estados Unidos. También es el caso de la patética acción para evitar el derrocamiento del presidente hondureño Manuel Zelaya por un golpe tramado en la Embajada de Estados Unidos, magistralmente ignorado por Washington.
5º. La idea de que Brasil se ha convertido en una potencia regional respetada por los Estados Unidos esconde la importancia absolutamente secundaria del país en la política externa de Washington para el Cono Sur. Teniendo como principal preocupación la lucha contra la guerrilla colombiana, la contención de la ola bolivariana y la negociación de acuerdos bilaterales de libre comercio, la relación de Washington con Brasil se ha llevado a cabo por agentes de segunda línea, con carácter ad hoc, teniendo como norte un pragmatismo egoísta y manipulador. En asuntos económicos, la movilización de la alta cúpula del gobierno norteamericano se limitó a la defensa de loslobbies empresariales específicos, sobre todo las grandes empresas de biocombustible y explotación de petróleo en el Pre-sal.
La propia noción de que Brasil se ha establecido como un líder regional es altamente problemática. Incluso a contracorriente de la presión de Estados Unidos para lograr un tratado de libre comercio que contemplara el hemisferio en conjunto, el Mercosur no representa una alternativa a la globalización de la economía mundial, sino apenas el medio encontrado por Brasil para aumentar su influencia en las negociaciones multilaterales y bilaterales de liberalización del comercio mundial. Para estimular la competencia predatoria entre los países de la región e intensificar las rivalidades regionales, el carácter abiertamente neoliberal de la filosofía que inspira el Mercosur promueve lo opuesto a la integración: la desintegración de América latina como un proyecto de sociedad capaz de controlar su destino.
El activismo diplomático de Itamaraty en Sudamérica tampoco representa un contrapunto real a los intereses geopolíticos de Washington. Más bien al contrario. El papel “moderador” de Brasil en los conflictos regionales fue apoyado, alentado y legitimado por los Estados Unidos. Y con razón, porque en los momentos cruciales Brasil nunca dejó de hacer el juego de los estadounidenses, cuyo interés estratégico se organizó en torno a la obsesión de neutralizar el liderazgo de Hugo Chávez y solapar el potencial subversivo de la revolución bolivariana. El fuerte contraste entre la actitud vacilante y procrastinaria de la diplomacia brasileña en relación a la formación del ALBA y la creación del Banco del Sur y su disposición y entusiasmo en participar en el foro de los países ricos y que contribuyan generosamente al fortalecimiento del FMI, es un retrato exacto del papel instrumental de Brasil como un instrumento velado del imperialismo norteamericano. Al sancionar las presiones de los Estados Unidos y sabotear la defensa del orden, Brasil actúa como agente camuflado de los intereses estadounidenses en el Cono Sur.
6º. Tomando la nube de Juno, la creencia de que Brasil es una economía emergente, con el potencial de convertirse en una potencia intermedia, ignora los condicionantes estructurales que profundizan y aceleran el proceso de reversión neocolonial.
La evaluación de que el aumento del comercio con China revelaría una mayor autonomía en relación a los Estados Unidos no tiene en cuenta que el creciente peso de las commodities en la pauta de exportaciones, implícita en la nueva posición del país en la división internacional del trabajo, pone de relieve la dependencia de la economía brasileña en relación con el desempeño de la economía de Estados Unidos –el factor determinante del comercio internacional y del comportamiento de los términos de intercambio–. La idea de que la gran afluencia de capitales extranjeros a Brasil sería un indicador de potencia, aumentando el grado de libertad de las autoridades económicas, no tiene en cuenta el hecho de que la acumulación de enormes pasivos externos líquidos –capital internacional de alta volatilidad– deja al país extraordinariamente vulnerable a la especulación contra la moneda nacional, haciendo hincapié en la dependencia del país en relación con las vicisitudes de la política económica estadounidense.
El aumento de la situación de dependencia en relación a los Estados Unidos no se ha circunscrito en el ámbito económico. La creación del Sistema de Seguridad Sudamericana en el núcleo de la arquitectura de la Unasur y la reluctancia de Brasil para equipar a sus fuerzas armadas con aviones de fabricación estadounidense, no impidió en 2010 que el gobierno brasileño firmara un amplio acuerdo de cooperación militar con los Estados Unidos. Al conceder a los Estados Unidos el papel de socio estratégico en la capacitación de las fuerzas armadas en su función de control del territorio y de la vigilancia fronteriza, un tipo de iniciativa que no se veía desde 1977 en el apogeo de la dictadura militar, el gobierno brasileño puso su sistema de seguridad bajo la tutela directa de los Estados Unidos deshaciendo con su mano derecha lo que fue redactado con la izquierda.
7º. La idea de que habría una “asociación estratégica” con los Estados Unidos enmascara el verdadero papel de la diplomacia brasileña en la geopolítica del imperio. La agenda vacía de entendimiento económico no es casual, ya que la “integración profunda” motivada por Washington marginaliza a Brasil de las corrientes más nobles del mercado mundial. La definición arbitraria e infundada de la Triple Frontera como zona de seguridad en la lucha contra el terrorismo y la reactivación de la Cuarta Flota para vigilar los mares del Atlántico Sur poco después del anuncio del descubrimiento de grandes reservas de petróleo más allá del límite de la soberanía marítima reconocida formalmente por los Estados Unidos, son sólo algunas de las intimidaciones que demuestran que Brasil sigue siendo tratado como un subalterno –cuya lealtad se debe garantizar sobre la base de intimidación y del control–. El absoluto desdén por las desesperadas súplicas de la presidenta Dilma para una disculpa formal por parte de Washington por el espionaje sin vergüenza y generalizado de empresas y autoridades brasileñas constituye un desprecio que desmiente de forma completa toda la farsa que rodea a la supuesta existencia de un respetuoso “diálogo estratégico” entre Estados Unidos y Brasil.
La utilización de Brasil como un instrumento directo de los intereses norteamericanos y como medio de bloquear la respuesta al orden muestra que, para los Estados Unidos, lo estratégico es manipular la subordinación de Brasilia y su impostura en relación a sus pares para asegurar los intereses de Washington. Para Brasil lo estratégico es componer con el imperialismo norteamericano en todos los frentes y trabajar para la estabilidad regional con el fin de mantenerlo alejado de su vecindad y minimizar su injerencia en los negocios internos.


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