Después de meses de un desgastante juicio político, ayer se consumó el golpe parlamentario que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, elegida en 2014 por más de 54 millones de votos. Hace poco más de medio siglo, el 31 de marzo de 1964, los militares brasileros depusieron a João Goulart. Prometieron irse en 24 horas, pero se quedaron 21 años. Una de las dictaduras más duraderas de la región. El apoyo estadounidense a los golpistas envalentonó a los militares latinoamericanos, muchos de ellos entrenados en la Escuela de las Américas. Medio siglo más tarde, el imperio pretende restablecer el dominio en su “patio trasero”, desafiado en los últimos años. Los objetivos son los mismos, pero los instrumentos otros. El sojuzgamiento ya no se impone a través de regímenes militares, pero sí con golpes, parlamentarios o institucionales, cuando no lo logran a través de las urnas. Como el que depuso a Manuel Zelaya en Honduras en 2009. O el que terminó con la presidencia de Fernando Lugo en Paraguay en 2012. En ambos casos, Estados unidos les dio cobertura diplomática a los golpistas. Y los nuevos gobiernos, que emergieron con un barniz de legalidad, se alinearon rápidamente con la Casa Blanca.
En Brasil, el país más grande de la región, ocurre algo similar. Si bien el gobierno de Obama no se expresó explícitamente a favor del golpe, sí dio señales de que avalaba el impeachment impulsado por quienes habían sido derrotados en las urnas en 2014. Thomas Shannon, influyente funcionario del Departamento de Estado, se reunió en abril con Aloysio Nunes, uno de los senadores que impulsaron el golpe, luego de que la Cámara de Diputados habilitara el proceso contra Dilma. Como señala el analista Mark Weisbrot, co-director del Centro de Investigación en Economía y Política, en Washington DC, ese gesto envió una señal diplomática muy clara a los demás países de la región: la Casa Blanca estaba avalando la caída del gobierno del PT. El reposicionamiento de las derechas en la región, tras el triunfo electoral de Macri y la oposición en Venezuela y Bolivia, es claramente funcional al objetivo de Estados Unidos de derrotar cualquier proyecto alternativa de coordinación y cooperación política, fuera del comando de Washington. Lograron prácticamente paralizar el Mercosur y debilitar a la UNASUR y la CELAC, para reposicionar la Alianza del Pacífico y la propia OEA. Ahora atacarán más abiertamente a los países bolivarianos.
Desde que Obama asumió su segundo mandato, Estados Unidos aprovechó la crisis económica que afecta a la región por la caída del precio de los bienes agromineros de exportación (petróleo, soja, cobre) y la muerte de Hugo Chávez para restablecer su dominio regional. Los gobiernos de Temer, Macri y Cartes despliegan una política exterior subordinada a la Casa Blanca, abandonando cualquier perspectiva de una integración regional más autónoma que supieron esbozar sus antecesores. La destitución de Dilma es totalmente funcional a los intereses de Estados Unidos en la región. El siguiente objetivo de Washington y sus nuevos gobiernos subordinados es impulsar la caída de Nicolás Maduro. Desde hoy apuntarán los cañones contra Caracas. El objetivo es enterrar la alternativa bolivariana que desafió los intereses estadounidenses en las últimas dos décadas.
En Brasil, un puñado de senadores, muchos de ellos con cuentas pendientes ante la Justicia, acaban de desconocer la voluntad de millones de votantes. Y no lo hicieron, más allá de las excusas jurídicas, por el supuesto “maquillaje” fiscal en el que habría incurrido Dilma, sino para hacer que la crisis económica en Brasil la paguen las clases populares. El objetivo de Temer y sus aliados golpistas es establecer un drástico plan de ajuste neoliberal. Brasil está atravesando una grave crisis económica. Hace 18 meses que la economía está en caída libre. El interino Temer, ahora ratificado como presidente, prevé reducir los planes sociales (quiere que los beneficiarios del programa Bolsa Familia, por ejemplo, se reduzcan de 47 a 10 millones de personas) y busca implementar recortes en los derechos de los trabajadores y reformar el sistema de jubilaciones. Estas políticas profundizarán la pobreza, la miseria y la desigualdad social, en uno de los países más desiguales del mundo.
La gran duda es si Temer podrá mantenerse en el poder hasta finales de 2018 ya que es sumamente impopular: las encuestas indican que su intención de voto no supera el 2 o 3 %. Además de la crisis económica, social y política, debe enfrentar serios cargos en la Justicia, que podrían llevar a un segundo impeachment, ya que recientemente fue acusado por Marcelo Odebrecht, de la mayor constructora y contratista del Estado, de haber recibido millones de dólares de financiamiento ilegal. Además, tiene un frente externo complicado. Ayer mismo la destitución de Dilma fue condenada por los gobiernos de Bolivia, Cuba, Venezuela, Ecuador y Nicaragua (a diferencia de la Cancillería argentina, que emitió un comunicado avalando el proceso destituyente).
A pesar de haber sido depuesta, Dilma no fue inhabilitada para ocupar cargos públicos, así que podría presentarse en las próximas elecciones. Lo mismo que Lula, quien ya manifestó la voluntad de volver a candidatearse a presidente. En su histórico discurso en el Palacio de la Alvorada, lejos de despedirse o rendirse, la presidenta llamó a la resistencia: “El golpe está en contra de los movimientos sociales y sindicales y contra los que luchan por los derechos en todos sus significados: el derecho al trabajo y la protección de las leyes laborales; derecho a una jubilación justa; el derecho a la vivienda y a la tierra; el derecho a la educación, la salud y la cultura; el derecho a la juventud de protagonizar su historia; los derechos de los negros, los indígenas, la población LGBT, las mujeres; el derecho a hablar sin ser reprimido. El golpe es contra el pueblo y contra la Nación. El golpe es misógino. El golpe es homofóbico. La estafa es racista. Es la imposición de la cultura de intolerancia, los prejuicios, la violencia. (...) Creen que nos ganaron, pero están equivocados. Sé que todo el mundo va a luchar. Habrá contra ellos la más firme, incansable y llena de energía oposición que un Gobierno golpista puede sufrir”.
Anoche, miles de personas se movilizaban en cada una de las principales ciudades brasileras. En San Pablo y otras capitales hubo represión por parte de la Policía Militar, lo que augura una agudización del conflicto político. Los movimientos sociales, sindicatos, campesinos, artistas e intelectuales, incluso quienes denunciaron las políticas de claudicación o de ajuste que ensayó Dilma en su segundo mandato, tienen por delante la tarea histórica de revertir el proceso de restauración conservadora. En los próximos meses van a desplegar una gran resistencia contra el gobierno ilegítimo de Temer y contra el fuerte ajuste que intenta implementar. El desenlace de estas luchas tendrá un impacto decisivo no solo para Brasil, sino para toda Nuestra América. Los pueblos vienen acumulando una gran experiencia histórica y están dando claras muestras de que no están dispuestos a retroceder ni un paso. Ayer fue un día de luto. Hoje, de luta.

* El autor es docente en la UBA e Investigador Adjunto del IDEHESI-CONICET. Autor de Vecinos en conflicto y de Relaciones Peligrosas. Dirige el blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com