viernes, 13 de abril de 2012

Militarización y Cumbre de las Américas

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Militarización: un debate ausente en la Cumbre de las Américas

Leandro Morgenfeld // Viernes 13 de abril de 2012



Hay un tema del que se habla poco y nada en la Cumbre de las Américas: la militarización del continente por parte de Estados Unidos en la última década. Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la política exterior de la Casa Blanca, bajo la administración Bush, se orientó a combatir un enemigo "a medida": el terrorismo internacional. El carácter gaseoso de este nuevo objetivo militar permite que su combate pueda extenderse todo lo necesario, según los intereses del Pentágono (una década en Afganistán, nueve años en Irak). Se trastocaron las reglas diplomáticas y se erigió un nuevo concepto, el de las "guerras preventivas". No hace falta tener pruebas certeras (el caso de la invasión a Irak en 2003 es ilustrativo) y combatir contra un Estado al que se haya declarado la guerra. La lucha contra el terrorismo, así, permitió remilitarizar la política exterior de Washington en la post-Guerra Fría.  Proliferaron las cárceles ilegales, como la de Guantánamo, en la que se aplican torturas sin tener que cumplir con normas de respeto a los derechos humanos de los detenidos. En el caso de América Latina, se desplegó el Plan Colombia, se abrieron nuevas bases militares estadounidenses en la región, se reinstaló en 2008 la IV Flota del Comando Sur y se impulsaron una serie de leyes anti-terroristas, con el supuesto objetivo de combatir las amenazas "globales", el narcotráfico y el lavado de dinero.

Esta agresiva política tiene un anclaje histórico. Estados Unidos, a poco de consolidada de independencia, desplegó una política expansionista en América. En 1823 se declaró la doctrina Monroe: "América para los (norte)americanos". A través de la misma, se alertaba a las potencias extra-continentales contra sus pretensiones recolonizadoras, en un hemisferio que desde ese momento estaría crecientemente bajo la órbita por Washington. No obstante, esta doctrina fue aplicada, a lo largo de la historia, sólo en función de los intereses de la Casa Blanca. No fue invocada para repelir la anexión inglesa de las Malvinas en 1833, ni el bloqueo anglo-francés en el Río de la Plata, por ejemplo. Ya a fines del siglo XIX, y luego de la guerra anexionista contra México, Estados Unidos desplegó una política abiertamente imperialista en el continente. Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, México, Haití y Nicaragua, entre otros, debieron sufrir el "gran garrote" estadounidense. Tras la segunda guerra mundial, Estados Unidos impuso un pacto militar continental, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), y un año más tarde la Organización de los Estados Americanos (OEA). Eran los tiempos de la Guerra Fría, y había que perseguir, según la Doctrina de Seguridad Nacional, el peligro comunista en cada país de la región. La década de 1960 fue la de las invasiones a Cuba y Dominicana, pero también la de la proliferación de golpes de Estado, con apoyo de Washington (el de Brasil, en 1964, fue el más significativo). La Escuela de las Américas fue la usina de formación de militares que encabezaron las dictaduras de los años setenta. El Plan Cóndor fue un nuevo capítulo en la penetración del Pentágono entre las fuerzas armadas golpistas en la región. En la década siguiente, ya bajo la administración Reagan, Centroamérica fue eje del intervencionismo militar estadounidense y el apoyo a los "contras" un escándalo internacional.

El fin de la Guerra Fría exigió a Washington la construcción de un nuevo enemigo. Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico pasaron a ser dos cuestiones centrales para la "seguridad nacional". En América Latina, en los últimos años se mantuvieron y crearon nuevas bases militares estadounidenses. Actualmente hay más de 20 en América del Sur, Central y el Caribe. Otras en contrucción, algunas clandestinas. La mayoría en torno a Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, el "eje del mal" bolivariano. La IV Flota, a su vez, está conformada por un portaaviones nuclear, diversos buques y submarinos atómicos. Hace pocos días se conoció la existencia de una nueva base "humanitaria" que el Comando Sur construyó en el aeropuerto de Resistencia, Chaco, en Argentina, uno de los países en los que la presencia militar americana se circunscribía a las dependencias de las fuerzas armadas nacionales (militares y agentes de la CIA y la DEA operaban en sedes de la Fuerza Aérea, Naval y el Ejército) y a los operativos conjuntos "Gringo-Gaucho".

En toda la región, la penetración militar estadounidense se complementa, además, con leyes que otorgan inmunidad a los marines, con operaciones militares conjuntas, con el comando en Washington de la Junta Interamericana de Defensa,  y con la penetración a través de la DEA, agencia antinarcóticos estadounidense. A pesar de la relativa declinación económica y política de Estados Unidos en América Latina, la sostenida presencia militar es preocupante.

Por eso es necesario plantear un debate urgente: el retiro de las bases militares estadounidenses (y de la OTAN, para incluir las de Malvinas y Georgias del Sur) de América Latina. Este tema no estará en discusión en la Cumbre de las Américas, pero sí en la (contra) Cumbre de los Pueblos que se desarrolla en forma paralela también en Cartagena. Discutir soberanía regional implica, también, exigir la erradicación de estas bases. La historia muestra el penoso récord intervencionista de Estados Unidos en la región. El apoyo al golpe contra Chávez en abril de 2002 (Bush reconoció inmediatamente al usurpador Carmona) y la cobertura diplomática de Washington al golpe contra Zelaya en Honduras, en 2009, actualizan la problemática de la militarización estadounidense en América Latina. Este debería ser un tema prioritario en el debate continental. ¿Por qué  no se aborda en la Cumbre de las Américas? 

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